ÚLTIMAMENTE SE VEN MUCHAS BANDERAS RUSAS

Aquí, y en todas partes, andar es ver la lucha de la comunicación. Aquí, y en todas partes, es ver la batalla de la percepción.

Últimamente a lo largo del Níger se ven muchas banderas rusas. Sobre todo en las barcas, porque como decía Steersman, mi padre, marino mercante, quien domina el océano, domina el mundo.

Y aquí, el océano es el río Níger, que lleva palabras, versos y banderas de uno a otro confín.

Y sigo la batalla de la comunicación que ahonda sus zarpas en todas las sociedades, incluso en ésta, o sobre todo en ésta, y recuerdo mientras subo en una barca esas «Sendas de la memoria» por las que transité con Octavio Paz, el maestro, de ahí mi lucha contra los infrarrealistas y el grupo de Roberto Bolaño, que de mi enemigo público pasó a ser amigo íntimo por una cuestión de desordenada lectura, y me recuerda Octavio Paz:

«¿Para qué sirven hoy nuestros poderosos medios de publicidad si no es para propagar y predicar un chato conformismo?

Para Goethe la lectura de los periódicos era un rito, medio siglo después para Baudelaire, era una abominación, una mancha que había que lavar con una ablación espiritual.

Nosotros estamos encerrados en esa cárcel de espejos y de ecos que son la prensa, la radio y la televisión que repiten, desde el amanecer hasta la media noche, las mismas imágenes y las mismas fórmulas.

La civilización de la libertad nos ha convertido en una manada de borregos. Uno de los rasgos, en verdad, desoladores de nuestra sociedad es la uniformidad de las conciencias, los gustos y las ideas, unida al culto a un individualismo egoísta y desenfrenado.»

Y seguimos el río viendo cómo las percepciones varían en función de intereses que no sabíamos que existían.

Que todo estaría muy bien si no fuera porque esos intereses alcanzan carne y piel algunas veces, y las más de ellas el espíritu. Y las dos cosas duelen.

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