EL CANTAR DEL MÍO CID, ¿EL ESPÍRITU DE ESPAÑA?

¿Es el Cid el espíritu de España como pronunció Franco durante su discurso el 24 de julio de 1955 durante la inauguración del monumento al Cid Campeador en Burgos? ¿Es su espíritu el vertebrador de la España medieval a pesar de la «torpeza» de todos los reyes cristianos peninsulares con los que le tocó lidiar?

Tal vez no lo es, tal vez no lo fuera, tal vez nunca quiso serlo; pero, si un artista de la talla del autor del más grande poema de la épica juglaresca medieval, en un castellano que nacía, te hace suyo, (no sabemos con qué interés); no serás más que el juguete del arte, de los tiempos y de los intereses venideros.

¿Quién es Rodrigo Díaz, el de Vivar? ¿Qué ponemos en su estatua que vamos a inaugurar en Burgos? Para ello, se monta una comisión con Ramón Menéndez Pidal a la cabeza y se eligen dos textos que irán a los pies de la estatua de un Cid que parte hacia el exilio. El primer texto, a la derecha del Cid, deciden tomarlo del historiador musulmán del siglo XII Ibn Bassan:

El Campeador llevando consigo siempre la Victoria fue por su nunca fallida clarividencia por la prudente firmeza de su carácter y por su heroica bravura un milagro de los grandes milagros del Creador.

El segundo texto, a la izquierda, lo elige Menéndez Pidal del Cronicón del Monasterio de Maillezais y se tallan en mármol las siguientes palabras: 

Año 1099 : en España dentro en Valencia murió el Conde Rodrigo Díaz. Su muerte causó el más grave duelo en la Cristiandad y gozo grande entresus enemigos.

— ¿Seguro que dice eso el Cronicón del Monasterio de Maillezais?

— Bueno, Norberto, —contesta la comisión— entiende que los tiempos marcan algunas necesidades políticamente correctas y con el Caudillo, que dará el discurso, y las buenas relaciones que atravesamos con Marruecos y esa guardia mora, será mejor no poner la palabras del Cronicón al pie de la letra. No vayamos a herir sensibilidades más allá del Estrecho.

 — Claro, teniendo en cuenta que, de todo lo que se cuenta de El Cid apenas unos versos son verdad, podemos permitirnos el lujo de cortar algunas palabras del Cronicón del Monasterio de Maillezais.

— ¿Qué quieres decir con «verdad»?

— Pues, quiero decir muchas cosas, pero no tengo más espacio que unas pocos párrafos en este artículo. Afortunadamente, la bibliografía de El Cid se está llenado con volúmenes que acercan un poco más esa figura histórica a la realidad; aunque, sin ser capaces, evidentemente, de vencer al arte literario que permanecerá siempre; porque no habrá más eternidad que el arte.

«Y quiero decir… que en el Cantar del Mío Cid no aparece una sola vez el Campeador combatiendo contra los reyes y condes cristianos, a lo que dedicó buena parte de su vida, en defensa de los distintos reinos taifas musulmanes, a los que defendió con fuerza, destreza y siempre bien recompensado.

Y quiero decir… que nunca ganó una batalla después de muerto, que ésa es una leyenda inventada por un monje del Monasterio de Cardeña cuando ve que el número de peregrinaciones al monasterio para ver la tumba de El Cid van decreciendo. Y no contento con ello lo remata escribiendo en fino pergamino que Babieca, cuya existencia no está documentada más que en el Poema, está enterrado entre las paredes del monasterio. Esa tumba del Monasterio de Cardeña fue profanada por los franceses durante la Guerra de la Independencia; y hay teorías que cuentan que todavía hay huesos de Rodrigo Díaz de Vivar en manos privadas.

Y quiero decir… que nunca existió la jura de Santa Gadea, que a la muerte del rey Sancho El Cid aceptó, casi sin rechistar, el vasallaje para con su hermano Alfonso tal como hicieron el resto de nobles que andaban en similar tesitura tras la desastrosa herencia del gran Fernando I.

Y quiero decir… que sus hijas no se llamaban doña Elvira y doña Sol, sino María y Cristina y que los Infantes de Carrión no existieron y la afrenta del bosque de Corpes nunca tuvo lugar. Las hijas de El Cid se casaron muy bien: Cristina se casó con Ramiro Sánchez de Navarra, y su hijo fue García Ramírez llamado «el Restaurador» que fue rey de Pamplona, aparte de que descendiente suyo fue, nada más y nada menos que, Alfonso VIII, el vencedor de los almohades en la batalla de las Navas de Tolosa. Y su otra hija, María, se casó con Ramón Berenguer III, Conde de Barcelona.

No podemos obviar, el detalle de que El Cid venció varias veces al padre del que luego fue su yerno, Ramón Berenguer II, conde de Barcelona, tomándolo incluso prisionero. Pero, pelillos a la mar. Por cierto, en estas batallas contra el Conde de Barcelona el Campeador estaba a las órdenes del rey musulmán de Zaragoza Al-Muqtadir. Ya combatió también en defensa de esta taifa musulmana contra el rey de Aragón, que era primo del rey Sancho de Navarra; demasiados temas de familia en los reinos cristianos y musulmanes para que un mercenario de la talla de El Campeador no quisiera sacar tajada.

Y quiero decir… que Alvar Fáñez «Minaya», (Minaya significa «mi hermano»), aparece como si hubiera combatido codo con codo y durante mil combates con El Cid. Nada más lejos de la realidad. Lo que ocurre es que Alvar Fáñez es el leal. En su leyenda aparece siempre combatiendo en beneficio de su rey cristiano y a sus órdenes; y eso lo sabe el poeta, motivo por el cual conviene colocarlo siempre al lado de El Cid.

Y quiero decir… que el engaño del cofre de arena a los judíos Raquel y Vidas nunca se produjo aunque podamos verlo ahora en la catedral de Burgos. Otro guiño del poeta, (¿para quién trabajas, juglar?), en el que se quiere dejar constancia de la inteligencia del Campeador contra la fama de la actitud taimada, de engaño y embaucamiento que arrastraban los judíos en toda la Europa medieval.

Y quiero decir… que Rodrigo Díaz, el de Vivar, terminó soñando con ser rey de un reino taifa cristiano hereditario en Valencia, lejos del vasallaje de cualquier otro rey cristiano. ¡Anda, pues! Pero, no todo podía salir bien y su hijo Diego Rodríguez (El patronímico -ez- en castellano significa -hijo de-) murió en la batalla de Consuegra a la edad de 21 años, con lo que el sueño de El Campeador se disolvió en la nada. No obstante, doña Jimena consiguió mantener en su poder Valencia durante casi tres años hasta que fue derrotada por los almorávides.

Y quiero decir… tantas cosas que ando leyendo que ahora Rodrigo Díaz, el de Vivar, el que en buena hora nació, sí que me parece un héroe de su tiempo con sus luces y sus sombras».

Pero imagina que un poeta, tallando hemistiquios, describe tus hazañas así, cuando das la orden de ataque a tus mesnadas contra el enemigo:

Enbraçan los escudos delant los coraçones, 

Abaxan las lanças abueltas de los pendones,

Enclinaron las caras de suso de los arzones, Yuan los ferir de fuertes coraçones. 

A grandes vozes lama el que en buen ora nasco.

Ferid los caualleros por amor de caridad.

Yo so Ruy Diaz el Çid Campeador de Biuar. 

Todos fieren en el az do esta Pero Vermuez. 

Trezientas lanças son, todas tienen pendones

Sennos moros mataron, todos de sennos colpes. 

¡Olvídate!, un artista hará contigo lo que quiera.

Por cierto, para aprender del Poema, aconsejo la edición de Alberto Montaner, con prólogo de Francisco Rico, del Cantar del Mío Cid.

Deja un comentario